08 diciembre 2006

El lujo del silencio

Que el silencio es el único verdadero lujo se puede comprobar en el hecho de que es el único bien prácticamente inaccesible salvo para auténticas fortunas.

Los demás, las masas, seguiremos siendo vulnerables al permanente ruido de los infinitos estúpidos que nos rodean.

Poesía: David Leo Garcia



Viandante, póstrate ante tus monarcas,
quédate celebrándoles su fallos
mientras que la mediocridad diluvia.

Nadie ha ungido con brea nuestras arcas.
Para este alud no armaron pararrayos.
Ningún portal guarece de esta lluvia



Las dos últimas estrofas de uno de los poemas de David Leo García bastan para hacernos una idea de la atractiva poesía de este joven que con 19 aprovechados años ha ganado ya el Hiperión de poesía.

Su libro Urbi et Orbi, aún reconociéndome poco lector de poesía (Valente, Ángel González y poco más), me ha encantado.

La difícil búsqueda del libro (no se puede decir que sea un best seller y la poesía no es el estilo que más cuidan las librerías: obviamente por culpa de los lectores. O de su ausencia) ha merecido la pena.

Ahora que ya está en mis manos, leo de nuevo:

Llegó el hastío, no llegó el asombro,
Llegó el dolor, no regaló impurezas.
Muere la turba. No desprende escombro.

03 diciembre 2006

Son d'Aneu. Más románico en el Pirineo

Del último viaje por Pirineos quería destacar un pueblo fuera de las rutas más comunes y, sin embargo, meritorio como punto destacable del románico de la zona.



Son d’Aneu es, al parecer, el pueblo habitado a mayor altitud en estos valles pirenaicos, según indican unas guías que no voy a poner en duda.

Se llega a él cogiendo una desviación a la derecha según se baja de la Bonaigua a Esterri d’Aneu, poco antes de llegar a éste último. La pequeña y estrecha carretera sube al borde de un precipicio que se hace especialmente cercano y probable cuando nos encontramos de frente con un gran camión de ganado. Supongo que conocedor de la zona y confiado, apenas frena ante nuestra presencia e, increíblemente, tras haberme echado lo más al borde que considero posible, pasa sin siquiera rozarnos, a pesar de que desde el retrovisor veo que apenas cabría un dedo entre nuestras carrocerías.

Unos centenares de metros después, y esperando no encontrarnos con algún autocar de excursionistas en la misma carretera, damos ya con el pueblo. Es muy pequeño (dicen que 25 habitantes), aunque también hasta aquí han llegado los andamios y las grúas.

Destaca la Iglesia, encerrada tras un muro de función defensiva y precedida por un pequeñísimo terreno. Da la sensación de una fortaleza a escala, donde el campanario hace la función de torre vigía separado del cuerpo principal de la iglesia. En el lado opuesto al campanario y defendiendo la entrada una torre hoy “del reloj” ayer, lugar de convocatoria de los habitantes para rogar ante inclemencias del tiempo y, mucho antes, defensa frente al enemigo (este valle fue el último, al parecer, en mantener la independencia del Cataluña).

La iglesia, claramente de origen románico, dispone en su interior de un retablo gótico y unos frescos del XVI ó XVII en proceso de restauración. Un paisano ya mayor nos comienza a contar en catalán la historia del monumento. Al darse cuenta de que no le entendemos pasa al castellano y nos sigue contando la historia. Lo más interesante: la pila bautismal románica con relieves toscos geométricos y un esquemático asno. Pensar en un bautizo por inmersión en esta fría piedra de este frío pueblo de los nevados Pirineos da temblores. Y hace pensar que el despoblamiento de la zona tendrá en parte que ver con todos los críos que no sobrevivieron a tan temerario bautismo.



También destaca un depósito pétreo con forma de arca y decorado con leones, con dos compartimentos para el agua y el aceite que debían conservarse en la iglesia para las ceremonias y para iluminación.

Frente a la iglesia, un refugio de montañeros permite ver algunas fotos con imágenes de un entorno nevado, agreste y solitario, ante una cerveza del tiempo. Muy fría.

Restaurante En Bandeja

El restaurante En Bandeja es uno de mis favoritos. Por la comida y, sobretodo, por su decoración y ambiente.

Se encuentra en un lugar remoto y poco atrayente: un polígono industrial de Alcobendas. Sin embargo, el esfuerzo de localizarlo merece la pena. Si durante la semana suele estar casi lleno con la gente proveniente de las empresas de la zona, en fin de semana (sábado) es difícil que llegue a estar a media ocupación. Al menos, así lo recuerdo en las veces en que hemos ido.



Por la noche, algunos viernes y sábados, hay actuaciones de música en vivo. En mi caso, hemos coincidido con algunas actuaciones de jazz, realmente prescindibles pero al menos no molestas (volumen adecuado, música que acompaña la cena sin impedir una conversación que puede seguir, pues la interpretación no suele ser precisamente algo que te absorba).

El resto de los días suele haber música de fondo pero, a diferencia de muchos locales donde cada vez la música es más protagonista y la comida menos, consiguen mantener el volumen a raya y la selección no suele defraudar. Tendencia jazzie o pop suave.

La comida destaca por su presentación, por la calidad y por tender más a lo sano que a lo contundente aunque con raciones más que suficientes. Abunda la condimentación con hierbas y los toques ligeramente orientales, aunque la carta cambia a menudo.

Los postres son excpcionales, de los mejores que he probado (a pesar de que el dulce no me apasiona).

Tras la comida, si has tenido suerte y estás cerca del gran ventanal con vistas al jardín interior, las vistas a la vegetación de un lado y a la variada decoración del local, por otro, permiten disfrutar con calma y una copa, de una agradable conversación.

Por último, el restaurante tiene otra característcia diferencial: también es una tienda donde puedes comprar lo que ves; tanto la cubertería como las mesas y las sillas donde has comido, el perchero o los sofás... En la trastienda, la venta se completa con otros objetos y ropas variados y casi inclasificables. En resumen, en lugar que aún no me ha defraudado, ni en ambiente ni en comida.

Hostelería masturbatoria

Ya lo he dicho varias veces. A pesar de la buena fama de Madrid como lugar de marcha y ocio, lo cierto es que sus bares son cada vez más asquerosos, ruidosos, sucios, mal atendidos y desagradables. Hasta el punto de que cada vez opto más por una hostelería masturbatoria, es decir, basada en el autoconsumo en el hogar.

Una de las costumbres más extendidas y lamentables es la manía de no disponer de posavasos o, en su ausencia, de una toallita donde eliminar el exceso desbordante de espuma de cerveza que, por alguna incomprensible razón, todo camarero/a estúpido/a cree que, obligatoriamente, debe pringar nuestra camisa. Quizás sea un arrebato místico, una especie de comunicón laica con el bar, pero, como otras comuniones, me genera un irreprimible deseo de no volver nunca más tras escupírsele al oficiante.

Y, como también he dicho más veces, la única excepción garantizada son los hoteles de 4 ó 5 estrellas, último reducto de locales con garantías de servicio y limpieza.

Lugares para vivir

Solo merece la pena vivir en lugares donde el número de muertos de su historia supera al número de vivos actuales